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(In)vencibles

  • 10 abr 2020
  • 3 Min. de lectura




Ayer se cumplieron 100 días desde que China comenzó a vivir su propia pesadilla con la llegada del coronavirus. En aquel momento, nosotros seguíamos con nuestras vidas y nuestras rutinas. Seguíamos posponiendo la alarma cinco minutos más para ir a trabajar o estudiar. Seguíamos llenando nuestras agendas de planes para los fines de semana y para los próximos meses. Seguíamos abrazándonos con los nuestros. Los viernes íbamos a por esa cerveza tan esperada, tras una semana llena de obligaciones, con nuestros amigos. Y entonces, alguien preguntaba si habíamos escuchado eso del brote de un nuevo virus en la otra punta del mundo. El charlatán del grupo respondía que eso era cosa de chinos y no había por qué preocuparse. Y todos asentíamos y seguíamos bebiendo.


Ahora, cuando casi llevamos más de un mes encerrados en casa y con más de 15.000 muertos a nuestras espaldas, nos acordamos de esas conversaciones y de cuán estúpidos éramos creyéndonos invencibles. Porque una cosa es no querer dar alas al pánico, y otra muy distinta, es creerte superior por el mero hecho de vivir en un determinado país. En Europa hasta la llegada de la covid19 vivíamos con una venda en los ojos. Todas las desgracias que ocurrían a nuestro alrededor las ignorábamos. Vaya insensatez. Solo nos importan los otros países para explotarlos turísticamente, pero no para intentar comprender sus problemas.


Es obvio que lo que ocurra en las otras partes del mundo nos afecta. Empezando por quien gobierna hasta por las nuevas enfermedades que puedan surgir. Todas las decisiones y medidas que se adopten interferirán en el transcurso de nuestras vidas de manera directa e indirecta. Por ejemplo, que un tipo como Trump esté al frente de la mayor potencia del mundo nos afecta. En estos días, más que nunca, estamos viendo que la política internacional es fundamental. Lo que decida la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Unión Europea (UE) o los líderes políticos con más poder van a tener una enorme influencia en el futuro próximo.


Ahora, cuando casi llevamos más de un mes encerrados en casa y con más de 15.000 muertos a nuestras espaldas, nos acordamos de esas conversaciones y de cuán estúpidos éramos creyéndonos invencibles

En estos 27 días de confinamiento hemos podido también comprobar lo que supone no tener la total libertad que teníamos antes (y eso que aún tenemos la suerte de poder salir de casa a comprar o pasear a nuestras mascotas). Espero que al menos esto sirva para ponerse, por ejemplo, en la piel de las personas que viven entre rejas. Que pasan su día a día entre cuatro paredes y con la mitad de las comodidades que todos tenemos en nuestros hogares. Supongo que la famosa frase: “Los de las cárceles viven muy bien”, tendréis menos ganas de pronunciarlas después de este confinamiento que seguramente se alargue hasta mediados de mayo.


No dar nada por sentado es otra lección que nos ha dado este maldito virus. Ni una relación, ni una amistad, ni el trabajo más soñado son para siempre. Todo cambia. Este no será el único golpe que seguramente nos dé la vida. Quizás sean menos duros (o más, quien sabe). Jugar a adivinar el futuro no merece la pena, lo que sí que merece la pena es jugar con lo que ya tenemos en este presente pese a que sea desde nuestras casas.



 
 
 

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